Alguien indaga en el pasado,
en historias múltiples de visires y reyes.
Se adentra en épocas de suras y oraciones,
de comuniones lentas y reliquias profundas.
Las jaimas se exhibían abiertas al descuido
y un té caliente aromaba paredes con sus ritos.
Y así pasaron siglos con sus horas precisas
en mezquitas altivas congregando a los rezos.
Al-Andalus crecía invadiendo los valles,
la Luna se incendiaba en viejos estandartes
dispuestos al combate.
Se cerraron jornadas cumpliendo su destino,
las suras se entibiaron por paredes del miedo
y otras letanías surgían por blancos campanarios
recuperando fieles, y caminantes pasos aventuraban soles.
La cuesta de Gomérez me lleva por calzadas
hacia jardines bellos con un frescor de aguas.
La Alhambra está envuelta en un embrujo nuevo,
sus murallas me hablan de Boabdil, El Chico,
de huestes que abandonan y lágrimas con pena,
de acuerdos y de pactos con su vértigo escrito.
Y un suspiro se pierde en el cerro más alto.
Yo sigo caminando en busca de cipreses vestidos de silencio,
dormidos en sus horas mitigando recuerdos.
Y Al-Andalus se estrecha para ser otro reino
con trovadores cálidos y romances festivos.
Aquello no fue un sueño, allí, muladíes y árabes,
en un momento exacto, lloraron por Granada.