Un sendero de amor me viene al paso iluminando
memorias amadas, joviales, retenidas.
Era un camino de múltiples hallazgos, de voces
y de sueños. Era la infancia compartida
que feliz paseada por campos de extendidos
trigales y alamedas calientes como ascuas.
Las ruedas discurrían muy gozosas
alimentadas de atardeceres frescos,
dorados de palabra y lozanía.
Manillares crecidos entre niños rodaban
nuevas rutas y la vida era ingenua y veloz
como las bicicletas que cada año
disponían ilusionadas citas.
Luego, quedaban arropadas entre aquellas
paredes mientras dormían el sueño del invierno
y así, aletargadas, tejían universos, guardaban
primaveras, encubrían secretos de otras voces amigas.
Las bicicletas duermen acariciando huecos
y en el ocaso de la tarde, cuando todo es asombro
y duele la nostalgia, se oye un rumor que dice:
“Las bicicletas, niñas hermosas, son las que andan por ahí
ellas corren muy veloz igual al ferrocarril,
vámonos a la alameda con muchísima ilusión…”
Las voces se agostan en el canto de otros tiempos
y las ruedas, en simétrica armonía giran aún
con fuerza por este corazón de vértigo y prodigio.